Más allá de la parte nutritiva de comer, sentarse en la mesa tiene muchas más connotaciones que afectarán al comportamiento alimentario de los más pequeños. Una educación alimentaria adecuada también se consigue gracias a la comunicación familiar y afectiva durante una comida o una cena.

Para acompañar a los niños en la mesa tenemos que ser respetuosos, evitar las coacciones, y tener en cuenta los gustos y la sensación de hambre que puedan tener.

A menudo los adultos cometemos el error de que los niños coman más de lo que marcan sus señales de autorregulación innatas, es decir, más de lo que indica su mecanismo de hambre-saciedad. Es fácil detectar una insistencia, a veces llevada al límite (castigo-recompensa), para acabar raciones de comida que pueden no estar en relación con las necesidades reales de algunos niños y niñas. Además, ejercer presión sobre los niños para que se acaben el plato puede hacer que aumente la resistencia a la comida.

Tampoco ayuda insistir para que prueben o coman una cantidad determinada de algún alimento a efectos de fomentar la variedad alimentaria. La verdura suele ser el ejemplo más claro. Obligarlos a comer demasiada no conduce a una buena aceptación del alimento, sino que más bien ayuda a generar aversiones y a desarrollar otras conductas alimentarias poco o nada saludables que pueden persistir en la edad adulta.

No es recomendable, tal y como demuestran diversas investigaciones, usar frases remarcando los beneficios para la salud de un determinado alimento para que lo consuman (por ejemplo, "te hará fuerte" o "te ayudará a crecer"), dado que se consigue el efecto contrario: que los niños lo asocien a un alimento menos agradable al gusto y coman menos.

Tanto en el comedor escolar como en casa, puede ser una buena práctica que los niños puedan repetir del primer plato y de frutas y verduras frescas, mientras que el segundo plato o "corte" se limite a una cantidad determinada, más moderada.

También es importante facilitar un tiempo no inferior a 30 minutos para comer con calma y no obligar a ningún niño a quedarse sentado en la mesa más allá del tiempo razonable para disfrutar de la comida.