El linfedema es una enfermedad crónica y progresiva que afecta a un número significativo de la población, y es especialmente frecuente tras el tratamiento quirúrgico de los tumores malignos.

En los países desarrollados la causa principal del linfedema es secundaria a un vaciamiento ganglionar para el tratamiento del cáncer, especialmente cáncer de mama y cánceres ginecológicos, con un riesgo aumentado en los casos que reciben radioterapia.

El linfedema se produce por una interrupción del transporte linfático que conlleva la acumulación de líquido y la formación de edema o hinchazón.

Se manifiesta como edema blando en estadios precoces de la enfermedad, progresando a una induración crónica, sobrecrecimiento de la extremidad afectada y desfiguramiento. El aumento de tamaño de la extremidad puede interferir con la movilidad y afectar a la imagen corporal. Produce una morbilidad tanto física como psicosocial significativa, pero que puede mejorar con un manejo apropiado, evitando su progresión hasta estadios en los que puede convertirse en extremadamente difícil de manejar.

A pesar de que el linfedema puede mejorar de forma drástica con un tratamiento apropiado, muchos pacientes reciben un tratamiento inadecuado, no conocen la posibilidad de tratamiento específico o no saben dónde buscar ayuda. Existen opciones no quirúrgicas, también denominadas tratamiento conservador, que constituyen el enfoque terapéutico convencional basado en la rehabilitación, dirigiéndose las terapias a disminuir el volumen y evitar la progresión del linfedema, además de las posibles complicaciones, como la inflamación, la celulitis o la degeneración neoplásica.

En los últimos años han ido evolucionando los procedimientos quirúrgicos, ya sea con intención paliativa (reducción con extirpación de la piel y el tejido celular subcutáneo en casos graves) o curativas, en las que las técnicas microquirúrgicas podrían tener ventajas sobre los enfoques convencionales.

Se trata de operaciones fisiológicas, que reconstruyen el sistema de transporte linfático que drena la linfa en los ganglios linfáticos y el sistema venoso. Estas técnicas incluyen la anastomosis de vasos linfáticos, anastomosis linfático-venosas y la transferencia vascularizada de ganglios linfáticos. Estas dos últimas son las más utilizadas.

La anastomosis linfático-venosas es una técnica microquirúrgica que consiste en la realización de un bypass desde los vasos linfáticos funcionantes hacia las venas subcutáneas. Los vasos linfáticos se visualizan usando cámaras de fluorescencia Photo Dynamic Eye (PDE), previa inyección intradérmica subcutánea de colorante verde de indocianina. El abordaje se realiza mediante pequeñas incisiones en las regiones adecuadas para el tratamiento según las pruebas preoperatorias y, una vez localizados los vasos linfáticos, se suturan a las venas adyacentes.

La transferencia de ganglios linfáticos es otro tratamiento fisiológico del linfedema, en el que se realiza la exéresis del tejido cicatricial y se sustituye por tejido vascularizado con contenido de ganglios linfáticos mediante técnicas de microcirugía.

La intervención quirúrgica es realizada por un especialista en cirugía plástica y reparadora y controlada por un especialista en anestesiología y reanimación. La técnica debe ser realizada por personal entrenado. El postoperatorio incluye terapia física, rehabilitadora y ocupacional durante un tiempo variable y educación al paciente. El objetivo es que los pacientes puedan prescindir de la terapia rehabilitadora y la cirugía sea curativa.

El procedimiento debe realizarse bajo anestesia general, y el tiempo quirúrgico varía en función del número de anastomosis linfático-venosas necesarias y la necesidad o no de realizar transferencia de ganglios linfáticos (entre 1 y 5 horas). El ingreso postoperatorio es de 24 horas.