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Blog del Sº de Cirugía Oral y Maxilofacial & Unidad de Odontología y Periodoncia Hospitalaria. Complejo Hospitalario Ruber Juan Bravo

  • El post que no quería escribir, que me resistía a escribir…y que finalmente escribo

    Me he resistido a escribir este post. Ya tenía la idea desde hacía unas semanas.

    Pero me he resistido. ¿por qué? Pues porque en uno o dos días el post se iba a aquedar anticuado. ¡¡¡Cielos!!! ¿Anticuado en uno o dos días? ¿Es que va a haber un avance médico huracanado que a esa velocidad va a arrasar con lo que iba a escribir?

    Pues no, no quería escribir sobre ningún avance médico. No voy a describir ningún método de diagnóstico o tratamiento que mañana por la tarde el chatGPT o alguno de sus herederos dejen anticuado, o Skynet irrelevante. En realidad, voy a proponer un pequeño retroceso. Cuando digo retroceso, no me refiero a que volvamos a las cataplasmas y las sangrías y las sanguijuelas (aunque tanto las sangrías como las sanguijuelas siguen teniendo, querido lector-barra-a, sus indicaciones en el abanico de terapias útiles). Iba a abrir un paréntesis sobre el paréntesis, para indicar que he puesto abanico en vez de arsenal, porque las metáforas guerreras en la medicina siempre me han chirriado.

    En fin, se nota que en realidad estoy haciendo tiempo para no escribir de lo que quería, o más bien no quería, escribir desde el principio.

    ¿Cuál es el retroceso que propongo? Sólo querría dar marcha atrás unos añitos. No me refiero a meterme en un DeLorean tuneado y volver a los años 50 como Marty McFly. Los 50 en España no fueron como revivirlos. Pero me vuelvo a desviar. Tres años y dos meses es lo que quiero retroceder, si esto les da una pista del asunto.

    Tampoco es ninguna locura: en el resto de los ámbitos de la vida, hemos vuelto: vamos por la calle tranquilamente, entramos en el supermercado, en el centro comercial, en el transporte público, en el Templo de la Vida Moderna (el bar, para entendernos); y hacemos todo eso tal y como hacíamos hace 3 años y dos meses.

    mascarillamascarilla

    Pero en los hospitales, centros sanitarios, farmacias y centros sociosanitarios, seguimos anclados en el …. presente. Somos la aldea gala que resiste ahora y siempre al influjo de la vida de alrededor. Nos resistimos a volver al pasado. Para entendernos…. Seguimos con la norma que hace obligatorias las mascarillas, tanto a los trabajadores como a los pacientes.

    Por si esto lo lee un habitante de un planeta que orbite Alfa Centauri y no entiende bien el asunto: un paciente tiene que ir al hospital; por ejemplo, a nuestra consulta de maxilofacial. Así que (de la misma manera que el médico), se mete en el metro o en el autobús (como su médico), sin mascarilla, se toma un café en el bar de la esquina (como su médico), sin mascarilla, entra en la consulta, poniéndose la mascarilla que tenía guardada en el bolsillo de la chaqueta desde hace dos meses (el médico al menos se pone una nueva por lo menos todos los días). El paciente se sienta en la sala de espera con su mascarilla llena de lamparones y pelitos sueltos indicativos de solera y eficacia filtradora, y por fin entra en la consulta del médico, que después de hacerle la entrevista enmascarados ambos, le pide que se la quite para poder explorarle el interior de la cavidad oral. Del dentista ya ni hablamos, porque la situación es aún más cómica, si no fuera lamentable.

    ¿Quién le pone el cascabel al gato? ¿Quién va a quitar la norma de las mascarillas? Reconozco que es más fácil poner una medicación crónica que quitarla. Todos los médicos tenemos experiencia con el típico paciente polimedicado, que toma varias pastillas sólo para paliar los efectos adversos de otras medicinas, que a su vez una vez un médico suplente le puso antes de que se mudara con su hija y su yerno y cambiara de médico de atención primaria, el cual, si un día tiene tiempo para meterle mano al arsenal (este sí) de medicación, va a intentar ordenar el desbarajuste (bueno, ya, si eso, para la siguiente visita, que hay muchos pacientes en la sala de espera).

    Poner la norma de la mascarilla obligatoria supuso un reto en su momento, aunque sólo fuera porque no había mascarillas suficientes. Como en un mal sueño, se me desdibujan los tiempos, los motivos y la secuencia de acontecimientos, desde aquel lejano marzo de 2020, que nos ha traído a este momento absurdo en el que entramos y salimos de todas partes, nos aglomeramos como si no hubiera un mañana (cierto, quizá no lo haya, pero ese es otro asunto), nos tosemos unos a otros con toda la alegría y energía que como latinos y mediterráneos ponemos a las cosas… pero al llegar a la consulta del médico, allá que vamos con la mascarilla calada hasta las pestañas.

    Llevo casi treinta años de profesión como cirujano, y tengo, como se entenderá, cierta costumbre en el uso de mascarillas, en periodos prolongados, sin problema. Es bastante comprensible que nos pongamos la mascarilla para evitar contaminar con nuestras bacterias el campo operatorio. También nos las poníamos en los pacientes que requerían aislamiento respiratorio (tuberculosis y otras infecciones respiratorias, inmunosuprimidos por diferentes causas). Pero cuando pasamos consulta es otra cosa: estamos hablando con un paciente, tenemos una interacción humana muy intensa, y la mascarilla nos quita una buena cantidad de comunicación no verbal. Yo como médico pierdo muchos matices de lo que el paciente me cuenta, y el paciente también pierde mucho detalle de lo que yo le quiero o no le quiero, pero debería transmitir, o el paciente debería tener derecho a percibir. Varias veces un paciente ha roto a llorar, sin previo aviso desde mi perspectiva, porque no he sabido captar a tiempo las señales premonitorias. Y seguro que muchos pacientes habrán salido de mi consulta sin entender cabalmente lo que quería explicarles, o pensando que yo era un insensible cretino.

    Estoy seguro de que los epidemiólogos que siguen recomendando la obligatoriedad de las mascarillas en los centros sanitarios tienen miles de datos irrefutables sobre los centenares de vidas que esa norma salva todos los días. Bueno, quizá no tienen tantos, tantos datos. Quizá tienen algunos. Bueno, quizá estén extrapolando los beneficios de la norma cuando hay una altísima incidencia y mortalidad del COVID, con hospitales colapsados, a una situación como la de ahora, de baja incidencia, baja mortalidad y escaso impacto en los hospitales. Quizá. De lo que sí estoy seguro es de que no quiero ser un personaje de Asterix y Obelix, en la aldea gala yendo en sentido contrario al resto de la sociedad. Ni siquiera, aunque a cambio tuviera acceso a su pócima de superfuerza. Yo, como en el viejo chiste, pido al Señor que me dé paciencia, porque si me da fuerza

  • La extraña conexión entre los animales domésticos, los vikingos y las enfermedades de los dientes

    Dr. Javier Arias

    A ver, que a lo mejor esta vez las analogías me llevan por el mal camino. Que no descarto hacerme enemigos (más). Que espero aun así que nadie se lo tome a mal, y lo vea como un pequeño ejercicio argumental. Ahí va:

    Empiezo por las enfermedades dentales. Una en concreto. Por empezar por lo básico: el diente está formado casi completamente por tejido mineralizado (la dentina, el esmalte y el cemento radicular). En el interior del diente, sin embargo, está la pulpa dental, un canal que recorre todo el diente de una punta a la otra, relleno de tejido blando que tiene nervios sensitivos y vasos sanguíneos que nutren, por dentro, al diente. Esos nervios y vasos sólo tienen un punto de entrada al diente: el "ápice" dental, la punta de la raíz. Una entrada muy estrecha, de menos de 1 milímetro de diámetro. Una caries dental es una cavidad en el tejido duro del diente, producida por microorganismos que literalmente se comen los dientes.

    partes diente 3partes diente 3

    Cuando la cavidad se hace muy profunda, la pulpa dental se pone en contacto con la saliva y su numerosa flora bacteriana. Inmediatamente se produce una gran inflamación de la propia pulpa (junto con el terrible dolor de una pulpitis aguda). Como el tejido pulpar está contenido en una cavidad rígida, esa inflamación aumenta la presión local de tal modo que en poco tiempo la pulpa se necrosa (literalmente, muere) por falta de irrigación sanguínea. Esto podría ser el fin de la historia (la muerte del tejido), pero en realidad es el principio. El organismo tiene mecanismos para deshacerse del tejido necrótico, digiriéndolo (literalmente, comiéndoselo), y reponiéndolo por tejido sano. Pero no en estos casos. Recuerde que la entrada del organismo a la pulpa dental es sólo por un estrecho conducto de menos de 1 milímetro. El organismo no puede penetrar en esa zona para digerir el tejido necrótico. Aún peor. Esas bacterias de la boca tienen un gusto especial por el tejido necrótico, y se quedan a vivir en la pulpa necrosada, que enseguida pasa a ser, literalmente, una cavidad podrida.

    Así, como ejemplo de que la muerte no es el final sino el principio, una vez se necrosa el tejido de la pulpa, tenemos un ejército de bacterias en la cavidad pulpar, que tienen un pequeño orificio por el que entrar al organismo para hacer "cosas de bacterias". Suerte que el organismo tiene sus mecanismos de defensa, y monta un tejido inflamatorio que tapona el orificio, para que las bacterias no vayan por el cuerpo como el legendario pedro iba por su casa. De vez en cuando, este inestable equilibrio se rompe, y las bacterias salen de paseo a los tejidos de alrededor del diente necrótico, y tenemos un flemón dentario. Si el flemón se trata sólo con antibióticos, las bacterias exploradoras mueren. Pero el antibiótico no llega a las bacterias que están acantonadas en la cavidad pulpar necrótica. Ahí el antibiótico no llega. A todos los efectos, el cuerpo humano no tiene jurisdicción sobre esa parte. La cavidad pulpar es entonces el santuario de las bacterias. Donde nadie las va a molestar. Así que la situación para las bacterias es como las de los vikingos en la edad media: tenían sus puertos seguros en el lejano norte, y cuando les apetecía, salían a robar, violar, matar y cosas peores por la Europa continental. Los europeos continentales se defendían, pero no podían acabar con las guaridas de los vikingos en el norte. No tenían el equivalente a una "endodoncia", para acabar con las guaridas de los vikingos. Con una endodoncia, se elimina el tejido necrótico, y se sustituye por un relleno en el que no crecen bacterias. Y final feliz.

    Sí, los vikingos ya no existen, y me puedo meter con ellos sin temor a represalias. No hay ninguna asociación de defensa de los vikingos (espero, glubs). Si digo que los vikingos son como una infección acantonada, nadie se enfada. Pero ¿y los animales domésticos?

    Voy a elegir mis palabras cuidadosamente, para intentar infructuosamente no herir la sensibilidad de los amantes (o meros amigos como decía el chiste) de los animales, sobre todo perros y gatos que nos hacen compañía en estos entornos urbanos tan hostiles a veces incluso para los propios seres humanos que los hemos construido.

    Me voy a centrar en los gatos, porque su caso es más evidente, sobre todo porque es más frecuente que estén sueltos. Todos hemos oído las historias de los gatitos, tan ricos ellos, que traen a sus dueños, como gracieta, algún pajarillo muerto o moribundo que han cazado en las cercanías. Son gatos de entornos urbanos y semiurbanos, que viven con sus dueños, pero que con frecuencia pasan horas o días por la calle, saciando sus instintos cazadores (para algo se inventaron las gateras, para que el gato entrara y saliera de las casas). Cuando hay problemas, frío, hambre, soledad, o santa voluntad del gato, éste vuelve a la casa calentita del amo, a que le alimente, caliente y cobije.

    A estas alturas, usted, lector atento, habrá deducido que la casa humana es para el gato el santuario al que acudir en el momento de necesidad. El resto del tiempo, el gato se dedica a interactuar con el ambiente, rural, urbano o urbanizable, matando a placer. Todos los años los gatos matan millones de ejemplares de pájaros.

    A ver, que no estoy en contra de que la naturaleza haga sus cosas. La naturaleza es cruel, sí. Pero yo no hablo aquí de "la naturaleza". No hay un equilibrio ecológico, por el cual el exceso de depredadores termina auto regulándose porque se reducen las presas. No, esto es una partida de cartas trucadas: el gato tiene todas las de ganar. Matar es su deporte. No es una necesidad. Si hay muchos gatos en una zona, no por ello su población se autorregula. No, se van a sus casitas a comer wiskas. Después de haber diezmado a los gorriones, claro. Si fueran parte de la "naturaleza", estos gatos vivirían de lo que cazaran. Se jugarían la vida y el alimento en cada partida de caza.

    Cada vez hay menos gorriones en las ciudades. Hay más pájaros grandes, eso sí. Cotorras argentinas, que anidan a muchos metros del suelo, donde no suben los gatos. Cuervos, que vaya usted a saber cómo crían. No digo que haya menos gorriones por culpa de los gatos. Pero lo insinúo ladinamente, sin pruebas. Y ahora, a recibir los golpes.

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Sobre este blog

Las enfermedades de la cara y al cuello son extraordinariamente importantes por afectar a zonas del cuerpo críticas en el día a día de todo ser humano. Comer, masticar, respirar sin dificultad, dormir y descansar, e incluso sonreír son actividades que damos por supuestas pero que pueden verse afectadas gravemente tras traumatismos, tumores, infecciones o por enfermedades congénitas. El cirujano maxilofacial es el especialista central en estas enfermedades. Tanto el punto de vista médico, como el quirúrgico, como la repercusión social y personal de la patología de la cabeza y cuello son importantes para atender y cuidar apropiadamente a nuestros pacientes. Sin olvidar, claro está, a los odontoestomatólogos, periodoncistas, ortodoncistas y odontopediatras con los que trabajamos en estas tareas. En este blog describimos situaciones clínicas, informamos sobre tratamientos, y reflexionamos sobre lo que significa ser médico y cirujano maxilofacial en estos tiempos de cambio y avance continuo. Todo el equipo del Servicio de Cirugía Maxilofacial estaremos encantados de atenderte.

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