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Blog del Sº de Cirugía Oral y Maxilofacial & Unidad de Odontología y Periodoncia Hospitalaria. Complejo Hospitalario Ruber Juan Bravo

  • La cirugía estética en menores de edad

    Hace unas semanas cayó en mis manos por casualidad un reportaje sobre una modelo que se arrepentía de haberse operado la nariz a los 14 años. Al parecer, ni se puede mirar al espejo tranquilamente. Aquí está el enlace https://www.publico.es/psicologia-y-mente/bella-hadid-y-el-conflicto-de-las-cirugias-esteticas-en-menores-donde-estan-los-limites/Este enlace se abrirá en una ventana nueva

    Y llevo dos horas escribiendo y reescribiendo el texto de esta entrada del blog, porque es un asunto tan grande, pero taaan grande, que es difícil encontrar un ángulo en el que explicar mi punto de vista sin resultar: a): un insensible b): un cretino c): un listillo d): todas las anteriores. La primera imagen que me viene a la mente al leer la historia y ver las fotos de la modelo es un iceberg. La segunda, la película Casablanca.

    El iceberg. No por el parecido físico, no. No es que tenga una nariz puntiaguda, fría y de color blanco, no. El cirujano ya se encargó de eliminar el caballete a conciencia. No hay peligro por ese lado. No, la parte sumergida del iceberg es lo mucho que hay debajo de esta decisión, de la crianza de una niña con su padre millonario y su madre modelo (no se me ocurre un cliché más burdo, un guion de cine así resultaría de lo más previsible y aburrido), de la incorporación sutil de los valores, las actitudes y los comportamientos que hubiera dentro de la familia, de la socialización en el colegio, de la relación con sus compañeros, de las revistas de moda, de su descubrimiento y uso de internet, de las redes sociales (pero se operó la nariz en 2010, estaban aún en pañales). En fin, todo lo que puede rodear a una persona desde que nace.

    plásticaplástica

    ¿Y cuál es la punta del iceberg? que se operó de la nariz. Se arrepiente de haberse operado la nariz… con 14 años. Y digo yo que podría ser más benevolente consigo misma. Porque en español usamos el reflexivo (se operó, se cortó el pelo) cuando se sobreentiende que otro nos opera, que otro nos corta el pelo. Uno de tantos matices. Tienen que ocurrir muchas cosas para que una persona de 14 años se haga (le hagan) una cirugía estética. Los padres irresponsables, el cirujano codicioso, la niña mimada, el psicólogo de la niña no sabe/no contesta… Pero ¿no podría haber algo más? ¿No podría estar el problema en otro sitio?

    Podría haber más. Puede que la operación de cirugía estética no tenga nada que ver con su insatisfacción actual. Las personas somos complicadas. Inconmensurablemente complicadas. Podría no haberse operado y aun así tener complejo de pies grandes, o de rodillas rasposas, de cabeza apepinada, o de pecho caído. La nariz podría ser la punta de ese iceberg de insatisfacción general.

    Casablanca. Sí, soy muy mayor. Casablanca, además de una ciudad en Marruecos, y sonar como el sito donde vive el presidente de los EEUU, es una película. Es en blanco y negro. Se hizo en los años 40. No espero que los jóvenes la hayan visto, ni siquiera que les suene. Para nosotros los boomers, la frase "tócala otra vez, Sam", es una referencia directa a esa película (por cierto, nunca dicen la frase así en la película). El protagonista, Humphrey Bogart, es el dueño de un local nocturno en la Casablanca ocupada por los nazis en la segunda guerra mundial. El jefe de la policía local es un simpático francés corrupto, que hace la vista gorda ante el casino ilegal montado en el local, y donde él mismo juega con frecuencia. Casi al final de la película, presionado por los nazis, se ve obligado a hacer una redada, y se escandaliza hipócritamente al ver que ha "descubierto que aquí se juega" (para seguidamente recoger discretamente sus ganancias de la semana). ¡Qué escándalo, aquí se juega!

    En fin, larga digresión respecto a lo que siento cuando leo en revistas, periódicos y webs, informaciones escandalizadas sobre la cirugía plástica en general, y de menores en particular. Pero ¿cómo?, ¿aquí la gente se opera y se infiltra y pone cosas aquí y se las quita allá? ¿se ponen ortodoncia, carillas, se pegan las orejas, se ponen pómulos, ángulos mandibulares o mentón? ¿Se quitan pelo de un sitio, se lo ponen en otro? ¿Se suben, ponen y quitan pecho, culo, tripa? Pero ¿cómo es posible? Hacemos (entre todos) una sociedad que busca la gratificación inmediata, la perfección completa, el envío en el mismo día, el móvil último modelo, insaciable, que no tolera la frustración, que dice "si quieres, puedes" (o sea, si no puedes, eres un flojo). Pero nos rasgamos las vestiduras con la cirugía estética. Y si es en menores, más. Y luego disfrutamos de lo lindo viendo en sucesivas fotos la lamentable evolución de las personas que se hacen diecisiete procedimientos de estética hasta se parecen más a un avatar de videojuego que a un ser humano.

    Claro, lo poco gusta, y lo mucho cansa. En mi práctica profesional suelo decirles a los pacientes, solo medio en broma, que me canso después de la primera cirugía, y que preferiría no hacerles más operaciones.

    Esto que sigue, como no podría ser de otra manera, es mi forma de ver la cuestión, que para eso escribo en un blog y no en las Tablas de la Ley de Moisés. El mío es un punto de vista, discutible, desde luego. Dicen que sobre gustos no hay nada escrito, aunque de gustos, y preferencias está todo el mundo escribiendo continuamente. Creo que la cirugía y la medicina estéticas deben tener objetivos claros, concretos y acotados. Corregir una nariz fea, pegarse unas orejas de soplillo, quitarse unas bolsas de los párpados, levantar las cejas, reducir las arrugas alrededor de los ojos, quitar la apariencia de cansancio de una cara, subir los tejidos flácidos por el paso inclemente de los años… todos esos son objetivos legítimos. No quiero que se me malinterprete. Muchas veces estas cirugías refuerzan la autoestima de los pacientes y la satisfacción al final del tratamiento es enorme. La cirugía estética es una de la áreas de la medicina que más calidad de vida pueden proporcionar a los pacientes.

    El problema viene cuando la persona quiere cambiar todo, o muchas cosas, a la vez o secuencialmente. Juro aquí, y que caiga fulminado si miento, que he tenido pacientes que me han pedido que les opere de algo, así en general, de lo que sea, a mi criterio.

    Hay un viejo chiste: el paciente le dice al médico, señalándose con el dedo múltiples zonas: doctor, me duele aquí, y aquí, aquí, y aquí… Y el médico (astuto él) le contesta: usted lo que tiene es un dedo roto. Cuando la persona busca un cambio estético, y luego otro, y luego otro, y otro más… a lo mejor el problema no está en su cuerpo precisamente. Y el médico tiene que ser astuto para detectar a ese tipo de paciente. Lo que haga el médico con ese tipo de paciente ya es otro cantar, que se me acaba el espacio y el tiempo y ya he cogido mucha velocidad.

  • Instagram o "adicción a la autoestima" y de ahí a la "alienizacion facial" y el papel del cirujano estético en la consulta.

    Instagram de mi vida, Tiktok de mi corazón...¿Acaso Kevin Systrom y Mike Krieger eran capaces de intuir el alcance que tendrían (en casi todos los aspectos de nuestras vidas) en el momento en el que fueron creadas?

    Y es que creo que las redes "sociales" (me atrevería a decir que Instagram por encima de todas) son, o pueden llegar a ser, enormemente dañinas, especialmente para un colectivo determinado como son las chicas adolescentes. Y digo chicas y no chicos porque está demostrado que es el colectivo femenino el más afectado por esta fiebre de "me gusta", y comentarios a publicaciones. Estoy segura de que hay varios cientos de miles de jóvenes a las que su "proceso de selfie" diario les puede llevar una hora o más de su tiempo, hasta que deciden que la foto está lo suficientemente modificada y filtrada como para sentirse cómod@s publicándola en Instagram. Los "me gusta" y comentarios halagando su belleza suben tan rápidamente que, de seguro, lo vuelven a hacer al día siguiente.

    Por esto, cada vez es más frecuente encontrar perfiles de adolescentes (y ojo, a veces también adultescentes – o viejóvenes, pero eso queda más feo-) aparentementeperfect@s. Pero lo que no sabemos (o no podemos saber) es que esas imágenes han sido alteradas significativamente para tener un aspecto determinado (aunque para los que estamos familiarizados con los "programas" -guiño, guiño- que se utilizan para este fin, podemos discernir entre una fotografía editada y una original).

    A pesar de que l@s dueñ@s de esas cuentas de Instagram saben que esas imágenes no se corresponden con sus caras/cuerpos...amigos míos, la farsa es adictiva.

    La "realidad" de Instagram está tan interiorizada que a veces puede ser difícil diferenciarla de la vida real. No es casualidad que casi nadie suba una foto sin editar, o sin un filtro. Son todo mensajes subliminales de perfección en todos los campos, no solo en el físico sino también en el ocio. Por eso, muchas veces nos podemos sentir fuera de lugar por no tener un barco, de tanto verlo en Instagram.

    Y partiendo de esto último voy a enlazar con la siguiente cuestión y es... ¿qué papel jugamos nosotros, como cirujanos y médicos estéticos en toda esta burbuja de vanidad y "postureo" de Instagram?

    Y digo esto porque cada vez es más frecuente encontrar en consulta a pacientes jóvenes que demandan tratamientos, ya sean médicos o quirúrgicos, para tener "cara de filtro". Es decir, para que sus facciones se parezcan a los filtros que se utilizan en estas redes. Los pacientes llegan a consulta y en un momento de la entrevista muestran lo que quieren con su móvil, es decir, una versión de ellos mismos con un sinfín de filtros fotográficos, o bien fotos de personas ajenas que han sido evidentemente retocadas (por no hablar de referenciar perfiles de Instagram que DEFORMAN, literalmente, la anatomía facial bajo el nombre de "medicina estética", para ver a lo que me refiero seguir leyendo).

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    Y como una imagen vale más que mil palabras, y por si alguien no se hace una idea, para muestra un botón, aquí va un ejemplo en mí misma, con cientos de filtros de la red social Tiktok, que te permite alterar tu aspecto mientras incluso grabas un video.

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    Ojos rasgados, narices minúsculas e hiperrotadas, labios lisos y carnosos, colas de cejas hiper-elevadas, pieles morenas permanentemente...lo que denominariamos una "alienización facial" que poco tiene de bonito y mucho menos de natural (término acuñado por el Dr. Harris al que referencia más abajo) .

    Nuestra labor y deber como cirujanos y médicos es proporcionar las mejores herramientas terapéuticas para nuestros pacientes, pero dentro de la estética la cosa no es tan sencilla, porque entra en juego la subjetividad de cada uno y la autopercepción / expectativas del paciente.

    Si mi paciente quiere unos labios enormes a lo "russian lips", unas cejas elevadisimas a lo Cruella de Vil, o una nariz microscópica a lo Michael Jackson... porque está de moda, porque el/ella te lo está pidiendo, porque de verdad lo quiere... ¿Por qué no hacérselo? Si al fin y al cabo, es su cara, y cada uno decide cómo quiere aparentar físicamente, ¿no? Y somos médicos y cirujanos estéticos, ¿no?

    Pues no amigos, la cosa no es tan sencilla.

    ¿Debemos hacer siempre lo que el paciente nos pide (siempre que no entre en juego su salud fisica, claro está)? ¿Puede estar nuestra conciencia tranquila creando clones faciales a base de hacer los mismos labios carnosos, la misma nariz rotada y las mismas cejas elevadas? ¿Por qué negarle a un paciente un tratamiento estético que él o ella demanda, sólo porque no nos guste o no coincida con nuestra forma de concebir la estética?

    Pues bien, creo que esto, grosso modo, podríamos compararlo con la objeción de conciencia que ejercen nuestros compañeros ginecólogos en cuanto a temas de interrupción voluntaria del embarazo. Y es que cada médico o cirujano estético debe estar y sentirse cómodo con los procedimientos que realiza. Porque llevan su firma. Y porque al igual que un paciente tiene derecho a modificar su imagen a su gusto, el cirujano tiene derecho a que sus resultados quirúrgicos sean de un estilo determinado.

    El manejo de las expectativas se realiza en consulta, y si se puede llegar a un acuerdo con el paciente, se llega. Un consenso en el que cirujano y paciente se sientan a gusto realizando el tratamiento y recibiéndolo, respectivamente. Pero si el resultado que el paciente busca está lejos de lo que el cirujano/médico considera estético, tiene todo el derecho a negarse a realizarlo. Y que el paciente busque a otro que sí se lo realice. Porque el que busca encuentra. Y de seguro que lo encontrará. Y si no aquí tenéis ejemplos de algunas cuentas de Instagram que lo menos que consiguen es horrorizarme hasta el extremo.

    https://instagram.com/binkyclinic?igshid= YmMyMTA2M2Y=Este enlace se abrirá en una ventana nueva

    Aquí dejo la referencia del perfil de Instagram del Dr.Harris, reconocido médico estético británico y su clínica de "normalización facial", tras recibir múltiples "desastres estéticos" y arrepentimientos, para dejar constancia del alcance de esta moda.

    https://instagram.com/drharrisclinic?igshid=YmMyMTA2M2Y=Este enlace se abrirá en una ventana nueva

    Como breve conclusión me atrevo a afirmar que la medicina y la cirugía estética tienen, de lejos, mucho más de medicina y de cirugía que de estética. Y que nunca olvidemos recordar a nuestros pacientes que esos tratamientos que ahora demandan son modas pasajeras y que la reversibilidad de cada cual es, cuanto

  • Goodbye instagram

    Yo me apeo, me largo, me piro. Instagram, ahí te quedas.

    Bueno, no es que me vaya a ir del todo, ¡pero casi casi!

    A ver…

    Parto de la base de que la tecnología es maravillosa. Nos ha cambiado la vida para bien en tantos aspectos que sería interminable señalarlos. Sin embargo, las redes sociales son malignas. Así como muy malas, Malísimas. Me refiero a las que conozco, que son Facebook, Instagram y twitter. Tik tok ya me pilló escarmentado.

    Cualquier profesional del hablar en público y la argumentación te dirá que es muy poderoso dar tres (no dos ni cuatro) razones si quieres explicar tu postura. Menos, queda pobretón, y más, es muy lioso. Como soy de llevar la contraria, y además tiendo al pobretonismo voy a dar solo dos razones sobre la malignidad de las redes.

    Redes socialesRedes sociales

    La primera razón no es la más importante. Pero la pongo primero para ir de menos a más. El clímax lo es todo en este mundo digital, y en el otro no digamos. Ahí va: las redes sociales no son ni siquiera lo que dicen ser. No son redes sociales. Cielos, qué radical está el doctor, dirá alguno. Cuando Facebook empezó, el boom consistía en estar en contacto con tu gente. Instagram y twitter vinieron algo después, cada uno con sus particularidades. Pero la base era siempre la misma: uno decidía a qué personas quería seguir, e iba viendo las actualizaciones, los comentarios, fotos y archivos subidos por esas personas. Conceptualmente brillante, brillantísimo. Eso era una red social. El pequeño giro vino más tarde, cuando las compañías se dieron cuenta de que había maneras más eficaces de mantener mirando a la pantalla a los usurarios. Más tiempo en pantalla, más posibilidad de meter anuncios, más dinerito fresco para la compañía, más felices sus accionistas. Desde hace años estas redes muestran lo que estrictamente consideran que va a tener más enganchado al usuario, sin ningún respeto por la cronología de las cuentas que el usuario sigue, y poniendo actualizaciones de personas a las que, directamente, el usuario ni siquiera sigue. Una ya muy conocida frase respecto a las redes sociales dice: si no eres el usuario, eres el producto. Ese zarandeo impasible, impecable e impúdico de la voluntad del usuario es la mayor demostración de que en las redes sociales, el producto a la venta somos nosotros, y los "usuarios" son los anunciantes. La red social se embolsa el dinero de los anunciantes, que a veces te venden productos normales y corrientes (nada que objetar) y otras veces influyen en la voluntad de las personas, manipulando las opiniones y los deseos que uno imaginaría tan íntimos y privados que serían inaccesibles a la manipulación por medios automatizados. El escándalo de Cambridge Analytica y las elecciones americanas de 2016, cuando salió elegido Donald Trump, es sólo un ejemplo.

    En fin, que ya no son redes sociales, son sitios de entretenimiento, de pasar el rato, de dejar el cerebro en barbecho… pues para el que quiera eso, que lo disfrute. Gracias. Yo paso. Prefiero leer un libro, un periódico (digital, claro), dar un paseo, tomar una cerveza en un bar ahora que ya se puede de nuevo, o mirar la Wikipedia o buscar cosas en internet, el de verdad. Para gustos los colores.

    La segunda razón de la malignidad de las redes para mí más grave en lo personal, aunque quizá menos en lo social, es la pérdida de autoestima. Como muestra científica, una búsqueda en pubmed (https://pubmed.ncbi.nlm.nih.gov/Este enlace se abrirá en una ventana nueva), la base de datos pública de revistas médicas más utilizada, con las palabras "self esteem social media" arroja hoy 1632 resultados. 1632 estudios médicos. No son páginas web que se redactan en unos minutos (¡como este post!)… No. Son estudios médicos, que un pequeño grupo de personas tarda meses en concebir, preparar, desarrollar y concluir. 1632. Le invito a usted, amable lector, a que haga un repaso a los resúmenes de algunos de los artículos, al azar, o por lo que le sugiera el título de cada uno. Como este: "Impact of social media on the health of children and young people". Uno de, literalmente, miles. Pero, vaya, que no he necesitado un sesudo estudio para descubrir que mirar en Instagram los resultados de las cirugías de algunos colegas me producía una envidia (malsana, como todas las envidias que se precien) y un convencimiento (pasajero, pero es una gota malaya) de que mis resultados quirúrgicos eran peores que los de los demás. Sí, sí, yo me digo y me repito, que lo que veo en Instagram es el mejor caso, con las fotos mejores, a veces retocadas, de algunos de los mejores cirujanos del mundo. Pero a mis 53 años, formado como residente en el hospital con más prestigio de España en Cirugía Maxilofacial según el monitor de reputación sanitaria (https://www.uam.es/uam/noticias/hospital-la-paz-mejor-hospital-espana-ranking-mrs-septimo-ano-consecutivoEste enlace se abrirá en una ventana nueva) habiendo trabajado luego durante 12 años como especialista en ese mismo hospital como especialista en microcirugía (una de las áreas más complejas de nuestra especialidad), estando ahora en el Hospital Ruber, uno de los hospitales privados más punteros de España….. pues con todo ese bagaje a mis espaldas, no puedo evitar una sutil sensación de inferioridad cuando veo algún post de Instagram con un buen resultado quirúrgico de otro colega. No cuento mi curriculum para presumir, sino en todo caso, para lo contrario, que tanto saber y tanta experiencia no le hace a uno inmune a perder la autoestima. Pero me puedo imaginar el daño que puede hacer una cosa similar en la gente joven. Alguien dice, en favor de Instagram para cirujanos: así los cirujanos vemos técnicas nuevas, y es una forma tan buena como otra cualquiera de ponernos al día. ¡¡Falsoooo!!.

    Para nosotros, como cirujanos, lo que se pone en Instagram es raramente útil para la profesión. Digamos que sirve para ver quién mea más lejos, pero no nos da claves para lograr que nuestra propia meada recorra más trayectoria (y perdón por la vulgaridad, cielos, con lo fino que era yo antes). Así que, siguiendo con la elegante metáfora, me voy a preocupar de mi propia meada (por el momento, de modo figurado, que dentro de unos añitos me tendré que preocupar de modo literal, glubs).

    Adiós, Instagram. Tengo una cuenta recién abierta, con unos cientos de seguidores tras haber puesto unos 10 posts en total. Bueno, la verdad es que no me despido del todo. Antes seguía a 300 perfiles. Ahora, sólo a colegas de maxilofacial del Ruber y a mi familia directa. Y la he dejado de mirar. A partir de ahora voy a tratar Instagram como un escaparate, donde pondré casos de pacientes para atraer clientela (pre y post, un clásico que nunca pasa de moda en fotos y vídeo, y sin sangre, no vaya alguien a pensar erróneamente que un cirujano hace sangre; eso sí que no). Aunque, ahora que lo pienso, como mi profesión es cirujano, no escaparatista, y no estoy falto de clientela, seguramente no tenga como una prioridad tomarme el trabajo de subir muy a menudo cosas.

    De twitter, la red de la desinformación y bulos por antonomasia, y para mí el sitio donde más tiempo he perdido en el pasado, ni hablo. Solo digo que desde que me desinstalé la aplicación para móvil y señalé sus correos electrónicos como spam, tengo más tranquilidad de espíritu y más tiempo libre.

    No entro en el tema de la privacidad, que muchos cedemos alegre e inconscientemente. Si vivimos en una democracia, y si la única trascendencia en lo personal es que nos van a bombardear con publicidad más personalizada, la cosa no parece muy grave. Son dos síes que espero que en el futuro no se conviertan en noes o quizases, porque el mundo está pelín inestable últimamente. Y me he dado cuenta de eso sin recurrir a las redes sociales, no se crea usted. Estoy hecho un lince.

    En fin, que le invito, amable lector, a que incorpore en su vida el minimalismo digital. Antes, a ese concepto, que implica que haya un tiempo para hacer cosas, para reflexionar, para oír música tranquilamente, para hacer deporte, para hablar con los amigos, para disfrutar con la familia, para esforzarse, para descansar, para divertirse y también para aburrirse; a esa forma de emplear el tiempo se le llamaba simplemente vivir. Ahora hay que hacer un poquito de sitio en nuestras apretadas agendas a esa categoría.

    Y no he abierto el melón de netflix…

  • Del esquí y sus derivadas médicas

    Desde luego que lo fácil en este post sería relatar cómo las ciencias de la traumatología y la fisioterapia se benefician de la experiencia acumulada tras años y años de trompazos en las pistas. Hay que agradecer en particular a miles de esquiadores anónimos su contribución a los conocimientos sobre la fisiopatología de la rodilla. Tampoco este post va a estar dedicado a la evolución de la vestimenta y los accesorios, aunque es muy reseñable que hasta hace menos de 20 años, era una ocurrencia exótica ver esquiadores con casco, y ahora llevar casco es la norma. Sí, jóvenes lectores: hace unos años, las mismas personas que ahora hiperprotegemos a nuestros pequeños, llevamos unas vidas ordenadas y previsibles y recomendamos en las instrucciones de funcionamiento del microondas no meter al gato dentro tras su baño semanal, esas mismas personas, digo, bajábamos por pendientes de hasta el 50% de desnivel, entre árboles, piedras, y otros esquiadores, con un gorrito de lana para proteger la cabeza (eso, los días de mucho frío).

    esquí.esquí.

    Lo que quería traer en este post es algo diferente. Son las similitudes sutiles entre la práctica del esquí y la práctica de la medicina y la cirugía. El esquí es uno de los deportes más absorbentes que existen. Cuando uno esquía, se pasa un día entero concentrado en la pista, los movimientos del resto de esquiadores, las irregularidades de la nieve, las colas en los remontes, el viento y el frío, la presión de las botas, la hora de cierre de la estación. Cuando digo concentrado, me refiero a una intensa concentración que hace desaparecer en la mente lo que ocurra en el resto del mundo. Y si uno sube a esquiar una semana entera (la situación ideal, en mi opinión, para un madrileño), esa burbuja de concentración sube casi a niveles tibetanos, si se me permite la analogía facilona. Esa combinación de los momentos perfectos de la nieve combinados con las dificultades cuando la climatología no acompaña, o la nieve está muy blanda o sembrada de placas de hielo, dan a la experiencia del esquí una riqueza inigualable. Porque, además, no lo olvidemos, el esquí de aficionado consiste exclusivamente en tirarse por una pendiente y luego volverse a tirar. Es, ni más ni menos, la versión elaborada del tobogán, con lo maravilla que es esa actividad para los niños pequeños.

    Y en la medicina quizá haya algo de eso. Para mí, la concentración que exige la práctica de la medicina tiene un cierto parecido con la del esquí. Durante los años de aprendizaje, en la facultad, pero sobre todo en la residencia, la medicina llena todo el espacio vital. La intensidad de los momentos buenos y de los momentos malos es tanta, que deja poco espacio para el resto de la vida. Y ese arrinconamiento de la vida "de verdad" a veces pasa factura en las relaciones familiares, sociales y sobre todo de pareja, más si la pareja no pertenece al gremio sanitario. En la residencia estamos como en las primeras semanas de aprendizaje del esquí, en las que literalmente la única preocupación es conseguir guiar el esquí y evitar los porrazos. Ayuda mucho un buen profesor. Con el paso del tiempo y el aumento de los conocimientos y de las habilidades médicas, poco a poco la vida de verdad se abre paso de nuevo: ya podemos irnos de vacaciones sin traernos en la cabeza toda la planta de ingresados, e incluso años después nos podemos ir a cenar con amigos sin darles la tabarra con los asuntos médicos. Cuando ya uno gana confianza con el esquí no necesita tanta concentración tampoco. Puede dejar los esquís en el guardaesquís y charlar en la cena de cualquier cosa que no sean los derrapes, los arrastres o las palas (el nombre fino de las cuestas abajo).

    Así que, emulando al gran Jesulín de Ubrique (aquel que metía a los toros en cualquier analogía), también es esquí tiene sus parecidos con la medicina. A lo mejor es que todas las actividades humanas se parecen en lo básico, sobre todo si involucran pasión y entrega.

    La semana pasada estuve esquiando, como algún lector habrá astutamente sospechado. El tercer día de esquí salió malísimo, así que decidimos dedicar el día a otras actividades. En esos días es cuando uno descubre que el esquí es maravilloso, hasta el punto en que sólo hay una cosa en el mundo mejor que esquiar, y es… no esquiar. Y en esto es en lo que definitivamente más se parece el esquí a la medicina.

  • De cómo se amuebla la cabeza un médico y cómo nos ayudan los pacientes.

    Una de las actividades que hago como médico es la docencia a estudiantes de medicina. No soy ni mucho menos profesor a tiempo completo. Doy las clases de una asignatura transversal de sexto llamada "Habilidades quirúrgicas", e imparto algunas clases dentro de la asignatura de otorrinolaringología. Por algún motivo, que sería largo de explicar y difícil de hacer entender, nuestra especialidad no tiene una asignatura específica en los planes de estudios. Pero ese es otro melón que no voy a abrir en este post.

    Dar clases supone entre otras muchas cosas asistir, como espectador a la vez que como participante, al desarrollo del pensamiento médico en los alumnos. Es una forma de pensar que se va desarrollando con los años. Cada profesión tiene la suya. En cada profesión se agudizan unas cualidades y se atemperan otras. La nuestra tiene, como no puede ser de otra manera, una importante parte memorística, a la que se une cierta dosis detectivesca, más el necesario impulso a hacer las cosas (la procrastinación, el dejar las cosas para otro día, no suele tener cabida en nuestra profesión, más que impuesta por la lista de espera, de la que somos los médicos también un poquito víctimas, como lo son, mucho más gravemente, los pacientes).

    Esa formación médica progresiva, yo la veo asimilable a la construcción de un edificio moderno, complicado, con sus cimientos, sus diferentes plantas con distintas funciones, lleno de tuberías, cables, aislamientos, cristales, pasillos, ascensores… en fin, un lío a poco que uno lo piense un poco. Nuestra función como profesores es diferente en los cursos preclínicos de primero a tercero, mucho más centrados en los cimientos: biología, bioquímica, estadística, embriología, anatomía, fisiología y farmacología son algunas (hay más) de las asignaturas que conforman los pilares sobre los que luego se va a construir el resto. Los cimientos, literal y figuradamente. En los cursos clínicos, de cuarto a sexto, se empiezan a poner las plantas superiores, con las conexiones básicas: los ascensores, el agua, la electricidad, el internet. Para cuando termina la formación en la facultad de medicina, el médico recién formado tiene una idea general bastante buena de las diferentes plantas, de cómo se va de una a otra, de cómo funcionan los grifos, y ya se van poniendo algún mobiliario. Luego llega el MIR. Creo que no tengo ni que explicar en qué consiste. La metáfora que me salta a la cabeza es que en durante la residencia el médico amuebla fenomenalmente su piso. En fin, no me invento la metáfora, "amueblar la cabeza" es una expresión muy adecuada a lo que se consigue con la educación formal, en colegio, instituto, universidad o formación profesional.

    La verdad es que ya desde el primer momento, mientras mete los muebles ya está haciendo las primeras reformas del piso recién entregado. Y no sólo tiene que amueblar muy bien su piso… tiene que estar muy pendiente de sus vecinos de rellano, los médicos de especialidades afines, y de escalera. Tiene que saber qué muebles trae el vecino, qué escombros saca, porque a veces conviene comprar sus propios muebles en la misma tienda. De vez en cuando hay que echar un ojo a la puerta de la calle o por la ventana, por si algún mueble digamos de informática, o de ingeniería, o de biología, o de Historia, le pueda ser útil.

    médico_pacientemédico_paciente

    Bueno, yo soy muy de metáforas, y la de amueblar la cabeza da para mucho. Y esta metáfora me sirve para explicar lo que siento cuando un paciente, que no es médico, viene a la consulta con muchos datos sobre sus síntomas, o incluso sobre la enfermedad que tiene, o que cree tener… o que teme tener. La verdad es que no es algo que ocurra en el día a día, pero digamos que una vez cada dos semanas algún paciente tiene ese perfil. Sabe mucho de sus síntomas, sabe mucho de la enfermedad. Pero mucho, mucho. Es más frecuente que sean los padres del paciente, un niño, los que vengan con tantísima información. Al fin y al cabo, por un hijo somos capaces de hacer mucho más que por nosotros mismos

    ¿Y cómo encaja este paciente en mi metáfora mobiliaria? El paciente me trae un cuarto de baño, un cuarto de baño perfecto, con unos azulejos impolutos, con una grifería nueva a estrenar, con los suelos brillantes y con una ducha espectacular. A veces mi propio cuarto de baño es algo peor. Las toallas mojadas y alguna tirada por el suelo, unos pelos en la ducha, un grifo que gotea… Pero el cuarto de baño del paciente en sí suele tener fallos cuando uno se fija bien. Más bien parece un decorado. La puerta no va a ningún sitio. No tiene ventanas ni ventilación, y de los grifos no sale agua. Y mejor, porque los sumideros no funcionan. Traducido a la realidad, la información que trae el paciente puede ser fantástica. Pero le falta algo. Le falta el contexto. Las conexiones con el resto de la medicina. Eso no quiere decir que la información que trae el paciente sea inútil. Al contrario. Es muy valiosa, porque a partir de ella podemos enriquecer el cuadro conectando lo que nos trae el paciente con el resto de los conocimientos médicos. Además, si no somos demasiado soberbios, sabremos valorar la información nueva que nos pueda traer el paciente, y podremos encajar con cierta elegancia la cruda realidad de que en internet hay más información médica que la que tenemos los médicos en la cabeza. En mi experiencia, los pacientes agradecen la sinceridad. Agradecen que yo reconozca que desconocía algún dato, síndrome o nuevo tratamiento de alguna enfermedad quizá poco frecuente, o de la que yo tenga poca experiencia. Estoy seguro de que asumen que me puedo poner al día… mirando en internet.

    No es difícil que los médicos nos pongamos al día (aunque, como Aquiles y la tortuga, nunca llegamos a ponernos al día al 100%, para cuando nos hemos puesto al día, ya es el día anterior…). Al fin y al cabo, y rematando la metáfora: tenemos los mejores proveedores de muebles, y compramos al por mayor (vamos directamente a las revistas médicas; los buscadores de revistas médicas son fabulosos). Además, una vez comprado el mueble…. ¡sabemos dónde ponerlo!


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Sobre este blog

Las enfermedades de la cara y al cuello son extraordinariamente importantes por afectar a zonas del cuerpo críticas en el día a día de todo ser humano. Comer, masticar, respirar sin dificultad, dormir y descansar, e incluso sonreír son actividades que damos por supuestas pero que pueden verse afectadas gravemente tras traumatismos, tumores, infecciones o por enfermedades congénitas. El cirujano maxilofacial es el especialista central en estas enfermedades. Tanto el punto de vista médico, como el quirúrgico, como la repercusión social y personal de la patología de la cabeza y cuello son importantes para atender y cuidar apropiadamente a nuestros pacientes. Sin olvidar, claro está, a los odontoestomatólogos, periodoncistas, ortodoncistas y odontopediatras con los que trabajamos en estas tareas. En este blog describimos situaciones clínicas, informamos sobre tratamientos, y reflexionamos sobre lo que significa ser médico y cirujano maxilofacial en estos tiempos de cambio y avance continuo. Todo el equipo del Servicio de Cirugía Maxilofacial estaremos encantados de atenderte.

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