Las emociones y los alimentos tienen una relación muy estrecha. En ocasiones, utilizamos la comida como castigo o recompensa.

Cuando experimentamos emociones Incómodas (miedo, tristeza, angustia, frustración…), podemos sentir un deseo de consumir alimentos más palatables. Estas ganas de comer, que no es hambre física, lo denominamos hambre emocional, tendemos a escoger alimentos ricos en azúcares.

azúcarazúcar


La ingesta de hidratos de carbono de rápida absorción, sube nuestro índice glucémico y, en el corto plazo descienden los niveles de cortisol (hormona del estrés) y aumenta los niveles de neurotransmisores como la dopamina y serotonina, que nos producen bienestar a corto plazo.

Esta sensación de placer, activa el mecanismo de recompensa cerebral, lo que aumenta la probabilidad que repitamos esta conducta.

Tras la subida de azúcar, viene la bajada. El cuerpo nos pide más y además, sentiremos frustración por haber comido más de la cuenta o haber perdido el control.

A esto le sumamos las emociones previas a consumir el alimento, que no han sido resueltas de manera adecuada, sino que las hemos tapado con comida.

Esta insatisfacción nos llevará de nuevo a coger el "atajo" del placer por la comida, retroalimentando el círculo vicioso.