En España el dolor crónico es un mal que afecta al 17% por ciento de la población adulta; la primera alternativa terapéutica a la que solemos recurrir son los fármacos, pero cuando estos no son suficientes, cuando el dolor incapacita y limita la vida de las personas que lo sufren, se hace necesario abordarlo desde una perspectiva más global y aquí encuentra su sitio la psicología del dolor.

La psicóloga clínica de Hospital Quirónsaud Tenerife Belén Díaz explica que los expertos disponen de diferentes estrategias en el manejo de la atención, de los pensamientos y la modificación de conductas orientadas a aliviar la intensidad y la frecuencia del dolor. "En consulta se orienta al paciente para que pueda recuperar su vida y conviva con el dolor sin que este le controle", explica la psicóloga, "pues la no aceptación del mismo conlleva irritabilidad, ansiedad, frustración, tristeza, desesperanza, pesimismo y lucha constante. Elementos que aumentan considerablemente los efectos del dolor".

Belén Díaz explica que el dolor es algo muy complejo en el que no sólo está implicada la sensación física como tal, sino en el que también influyen otras percepciones y experiencias afectivas, relacionadas a su vez con muchos elementos psíquicos, biológicos y socioculturales que interaccionan. Por ello, en su opinión, es muy importante que el dolor se aborde no sólo desde el punto de vista farmacéutico, sino también desde otras perspectivas más globales.

"Desde la piscología se trabaja con el paciente con el objetivo de que el dolor no sea un impedimento para vivir. Se ayuda a aceptar, sin resignación, una nueva manera de relacionarse con el dolor. Buscamos que las personas que lo sufren a diario vivan a pesar de su presencia y con el compromiso de recuperar y propiciar momentos que les hagan sentir bien", apunta la experta, para luego recordar que en Canarias el 34% de los ciudadanos manifiesta haber experimentado dolor en las últimas cuatro semanas.

Belén Díaz indica que el dolor hace que las personas que lo padecen vayan, poco a poco y sin darse cuenta, alejándose de todo aquello que les hace sentir bien y que, por lo tanto, se vayan enclaustrando en su casa. Esto hace que al dolor se sumen la apatía y la ansiedad, generando un círculo vicioso muy difícil de romper y que les incapacita y les obliga a renunciar a sus propias vivencias, valores y objetivos vitales.

"El dolor se convierte en un muro entre el paciente y sus valores personales, provocando una sensación de vacío que aumenta las reacciones emocionales negativas y disminuyendo al mismo tiempo la tolerancia al dolor. Por ello es muy importante que todas estas personas busquen ayuda para que aprendan a vivir a pesar de esta circunstancia", concluye la psicóloga clínica.

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